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viernes, 20 de abril de 2012

La carta que esperaba el coronel



La muerte de su hijo, el asma de su mujer, un cuadro, un reloj y un gallo de riña que no estaba dispuesto a vender. Esas eran las pobres propiedades del coronel sin nombre de la novela, además de la carta que jamás recibió.
Raspando la última cucharadita del fondo de un tarro "hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata": así se ve al coronel desde la primera página del libro.
Con esta historia de hambre y dignidad, de soledad y resistencia, Gabriel García Márquez construyó la que es, para muchos, la mejor de sus obras.
El coronel no tiene quien le escriba fue publicada por Sudamericana y leída prácticamente en todo el mundo. Millones de lectores recuerdan la inapelable decisión de no vender el gallo, la confianza granítica en la victoria del gallo en la riña y la lacónica respuesta que dio a su mujer en la última escena del libro. Un final de antología que merece ser reproducido textualmente:
"—Y mientras tanto qué comemos —preguntó, y agarró al coronel por el cuello de la franela. Lo sacudió con energía—. Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder.
—Mierda."
Así dio a la literatura, además de una obra que no necesitó la verborragia para ser monumental, uno de los finales de novela más inolvidables.
A Gabo nunca le fue simpática la etiqueta "realismo mágico". Dijo no haber inventado nada de lo que escribió. Y muchas veces reconoció que las historias de sus abuelos inspiraron sus obras. Quizás al abuelo materno le llegue, póstuma, la carta y el reconocimiento que su personaje esperó tanto.

María Copani
Publicado en Clarín el 19 de febrero de 2004
http://edant.clarin.com/diario/2004/02/19/s-03410.htm

http://www.imdb.com/media/rm3887436288/tt0132905?slideshow=1

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