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viernes, 4 de mayo de 2012

El árbol de Joel

A eso de las 11 sonó el portero eléctrico.
Yo me había despertado a las 4 y a alguna hora me había dormido otra vez.
Me levanté porque sonaba con bastante insistencia.
María: ¿Quién es?
Voz del portero eléctrico: Shoy Shoual Shux
M: ¿Quién? ¿Joel?
V: Sí, más o menos.
M: ¿Joel el del estacionamiento?
V: Sí.
M: Joel, hace tiempo que vendí el auto, ¿no te acordás?
V: Pero hay un auto enfrente.
M: Mío no es.
V: Y un árbol.
M: No tengo ningún árbol.
V: Usted no, pero hay que cortarlo.
M: Joel, yo no sé cortar árboles, ni me gustaría hacerlo.
V: Lo rompió la tormenta. Hay que sacarlo.
M: Llamá a la Municipalidad, no es problema nuestro.
V: A mí me también me gustan los árboles, no crea.
M: Pará que no te escucho bien. Me abrigo y bajo.
Me tomé un cafecito frío de la cafetera napolitana grande. Lo había hecho a las 4.
Bajé las escaleras y me encontré con Joel, que no era el del estacionamiento: era otro Joel.
Estudiamos el problema del árbol. Y estuvimos de acuerdo en que lo mejor que tenía un árbol era el otoño, por el ruido de las hojas secas.
Nadie tenía sierra ni serrucho, y el árbol quedaba muy decorativo así.
Ya no representaba ningún peligro, y la rama que salía hacia la calle protegía de los autos a los chicos de la escuela Santa Catalina.
Nos sentamos en el cordón de la vereda a maldecir los caños de escape de los colectivos con su estruendo y su humo tóxico. Para expresar nuestra protesta, nos fumamos dos cigarrillos.
Ya era casi mediodía y los chicos estaban por salir de la escuela.
Joel y yo decidimos escapar. Cada uno a su cueva.
El árbol sigue donde está.
Cuando amanece, me gusta mirar cómo brillan sus hojas amarillas.
Y en pleno invierno voy a filmarlo cuando lo cubra la nieve.
Nevará en Buenos Aires, como nevó este invierno en Roma.



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